En el silencio clandestino de la madrugada te observaba fumar los últimos puchos de la cajetilla, mientras terminabas de pasar, silenciosamente, tu despecho. Sabina nos acompañaba de fondo, el café que preparaste me esperaba, mientas compartía contigo una nueva diferente nostalgia.
Estire la mano y me alcanzaste el resto del cigarro sin una mirada, sin siquiera tener que pedírtelo. Sabías que añoraba el sabor a humo, mesclado del amargo de un café frío - casi añejo - sinónimo de una clara degustación de despedidas mal realizadas y corazones maltrechos.
Abrace mis rodillas, tú seguiste flirteando con otra en el computador, una vez más estábamos solos en un amanecer de sonrisas tristes, atormentados por fantasmas y recuerdos felices. Perdidos en la maldición de irnos de copas, caídos por decisión y opción propia.
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