Dirigido a Usted Sr. Lector...

Estimado Sr. Lector, sea bienvenido a este pequeño reducto donde la fantasía, la literatura fantástica, inclusive la ciencia ficción aún persisten, negándose a desaparecer. Un lugar donde las letras usan la tecnología como su aliada, en Pro de evadir la apatía de los bomberos incendiarios de libros.
Saludos desde este bastión anclado en mi imaginación.



"Desconéctate con un libro"

Sólo un libro de papel vale tanto la pena. Sí, lo admito: es fascinante la cantidad de posibilidades que otorgan las nuevas tecnologías. Pero desde mi arcaica opinión, la actual adicción social existente a los dispositivos que incluyen wireless, infrarrojo o bluetooth de alta velocidad de navegación, imprescindibles dada a la necesidad de estar siempre conectado, es un reflejo de la actual angustia imperante en las personas. Esta angustia es provocada, entre otros factores, por las largas distancias de transporte, la escasez de tiempo libre de calidad, la mala alimentación, el sedentarismo, la alta carga de trabajo —llámese laboral, escolar o universitario—, el insomnio, los niveles de exposición al ruido cotidiano del tránsito urbano, el clima, las banderas, etcétera. Y es esa ansiedad lo que esta afectando nuestro comportamiento.


Me impresiona como ha ido aumentando la impaciencia a mi alrededor. El cómo puedes notar los altos niveles de frustración, estrés, indeferencia y cada vez menos tolerancia frente lo que nos pasa. La tecnología ha sido el paliativo para estar cada vez más conectados, otorgándonos la alternativa de evadir esta realidad. Es la opción que nos permite disminuir en tiempo focalizándonos en lo que nos interesa, que podamos acceder a mayores niveles de información en ínfimos segundos a tan sólo un clic de distancia. La globalización (entendida en su acepción original, la cual alude a las comunicaciones) nos ha acercado la posibilidad de generar intercambios, en red, provenientes desde los distintos continentes. Pero desde el frenesí cotidiano, en el cual me hallo inmersa, me encuentro en la obligación de auto-cuestionarme: ¿Qué entiendo por estar conectado?
Que el cordón umbilical de las nuevas generaciones me una a Internet por default es una consecuencia. Llegué a un punto en donde una mañana me encontré desayunando sola con mi nuevo mejor amigo: el computador. Imagino que es como ir a alcohólicos anónimos y reconocer que soy adicta en algún grado a las tecnologías. Que todo sea de acceso rápido, poder surfear por la red a alta velocidad sea fácil, que las nuevas empresas compitan —al menos en teoría— por entregarme un mejor servicio a menor costo, haber escuchado en la radio que un tipo enamorado debe decirle a su novia que lo que siente es amor al verla conectada en Twitter o Facebook, los antiguos sistemas de Fotolog, MSN, Skype, BlogSpot o en mi caso, alguna de mis seis u ocho cuentas de correo, muchas de las cuales ya ni siquiera recuerdo las claves, sólo lo empeora.

Desde mi sesgada opinión, es esa misma accesibilidad y velocidad, que nos está simplificando la vida en algunos ámbitos, la que está entregando en bandeja la excusa para que personas dejadas como yo maten el placer de tener una relación con la gente humana definida como “de carne y hueso”. Todo es rápido, tiene que ser eficiente, productivo y además competitivo. Esta vorágine cotidiana, donde el frenesí incluye demostrar capacidad, habilidades de gestión, responsabilidades, cumplir horarios, etcétera, que inicia cuando me levanto hasta que exhausta al final del día me arrastro a mi cama, es lo que me obliga a notar la necesidad de saber desconectarme.

De pronto encaré el hecho de estarme desviando a una vereda a la que jamás pensé llegar: la de perder la magia de disfrutar de las cosas simples, cosas tan sencillas como comer lentamente, saborear una copa de un buen vino junto a la grata compañía de un ser querido o abrir una lata de cerveza con mis partners para comentar la semana. Simplezas tales como caminar tranquilamente sin correr al atardecer por Providencia, salir a disfrutar a alguna de las escasas áreas verdes que existen en Santiago, tomar un café entre clases, después del trabajo o con tu ex roommate de la universidad. Es tal el ajetreo cotidiano que se hace cada vez más difícil practicar mi deporte favorito: entrar a alguna librería o tienda de música exclusivamente por el silencioso placer de buscar alguna versión de colección, una buena edición de segunda mano con descuento o de frentón hacer una inversión en algún libro fantástico, para obligarme a hacer el tiempo de devolverle la magia a mi vida y ayudarme a retomar mi amistad con Peter Pan, mi mejor compañero de aventuras.

Miro a mi alrededor y me encuentro inmersa en una nación que ha dejado de fomentar en las nuevas generaciones la virtud de la paciencia, de la tolerancia y la capacidad de poner atención y comprender el mundo que la rodea. Esa extraña habilidad de unos pocos de interrelacionarse e involucrarse con su entorno. Reviso la historia y me encuentro con la antigua y singular costumbre de las familias adineradas, las cuales desde antes del medioevo, enviaban a sus hijos a estudiar en el extranjero, a la universidad, o con algún sabio o tutor. Hoy en día tal vez no es necesario ir tan lejos, podemos fomentar el auto cultivo utilizando herramientas como el acceso a cultura, teatro, artes, educación y viajes.


Leer desde un libro —uno real, hecho de papel, con tomo y lomo— en plazas, en algún tren, en la micro, en una hermosa playa o simplemente en una terraza disfrutando el degradé de colores de un atardecer en la cordillera simboliza que te estás dando un momento de silencio e intimidad contigo mismo. Simboliza que eres capaz de detenerte y sumergirte en el infra, ultra, sub y súper mundo que tu imaginación puede crear. Una caja de Pandora, a la cual sólo tú tienes acceso, donde nadie puede entrar siquiera parcialmente si no le entregas las contraseñas y en donde nadie puede decirte qué es correcto, qué creer ni qué pensar.


¿Para qué quieres que tu teléfono, MP-algo o iPhone te hable, te resuma las lecturas y te ayude a no aburrirte?, ¿Cuándo fue que tu teléfono se volvió tu mejor amigo? Olvídate de andar pendiente de baterías, enchufes de distintos voltajes en distintos países, de diferentes cargadores para cada cosa que esté en tu bolso, morral o cartera. ¿Para qué seguir conectado con tanta desesperación? Con un libro de papel, la insignia es “desconéctate”, cultiva otras virtudes, aprovecha de recrearte en instancias que hoy en día se están perdiendo.

1 comentario:

  1. Un hermoso alegato, no sólo al libro en papel, sino al verdadero sentido de la vida. Contra la velocidad, ensimismamiento, que no supone estar aislado, sino, como diría Ortega y Gasset, "retirada a la propia intimidad" para tomar distancia de las cosas y poder enfocarlas mejor, con perspectiva. Un paso atrás para sacar lo mejor de nosotros mismos. Enhorabuena por tu blog

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