Comenzaban los primeros albores
de lo que luego sería un desastre monumental. Los vinos que llegaban desde las
terrazas ubicadas en un lejano balcón dentro de palacio circulaban en cantidades
exorbitantes y se servían mezclados con preparados típicos de la zona, en conjunto
con “tus” delicias favoritas.
Las funciones habían comenzado,
por lo que cada uno hacia lo que debía hacer. Representar algún papel en esta
extraña sociedad, que más se asemejaba a una sucesión de caprichos de los
sobrevivientes de lo que alguna vez fue una compleja entramada social y que hoy
solo son los restos de un pálido reflejo de su gestación difusa.
Los márgenes que nos dividían entre
sirvientes, esclavos, concubinas, señores, los amos y sus invitados, pronto se
desvanecerían, junto con los últimos rallos del sol. Momento en que los cuerpos
a medio desvanecer/ a medio iluminar resaltarían sus siluetas, las figuras y
los pliegues de las ropas ceñidas en el contorno de los presentes a lo largo
del salón. Aquel salón iluminado por las hogueras que algún ser misterioso/
invisible / insensible jamás dejaba de alimentar. Era un milagro en la práctica
el hecho de ver aquellos pilares ostentosos y el que al alejarse tan solo un
poco más allá fueran los mismos los que permitían el divisar las estrellas bajo
la bóveda celeste.
Bailaba al compás de la música,
disfrutando cada instante, esperando el que poco a poco estas melodías dejaran
de sonar para que pudieras acercarte. La antigua sensación de molestia al ver
el cómo ignorabas mi presencia había sido superada con el tiempo. Ahora
comprendía y esperaba que a medida que las luces menguaban con su natural
degrade y las hogueras ardían libremente chisporroteando sus llamas al viento.
Mientras el calor se volvía envolvente y el humo mezclado con especias generaba
esa esperada sensación de sopor, aquel relajo, que unido al fresco verano
permitía que el vino se subiera a la cabeza, que las ropas poco a poco
comenzaran a adherirse a los cuerpos y que los invitados irrisoriamente
comenzaran a desaparecer.
Aún quedaban algunas danzarinas
cuando en medio de la oscuridad, entre las esencias del humo, reconocí ese
aroma seguido de tus brazos, el grosor de tu espalda, esos labios gruesos poco
delicados y mal afeitados, que te representaban aquí a mi lado. Suspiré
satisfecha, tus funciones como amo y señor ya habían terminado, los demás
estaban suficientemente bien embriagados, como para recordar el quien
desapareció con quien… y menos la regularidad de esto en el tiempo.
S.H
Editado 18-10-2018
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